Azul y Crin

Una tarde de septiembre, en un mes muy cálido ese año, la yegua del rancho de Bill dio a luz dos preciosos potros. ¡Eran idénticos! Los dos tenían las piernas fuertes y musculosas, como su madre, la única yegua de la región que había ganado todas las competiciones. Estaba claro para Billl que aquellos dos pura sangres serían el orgullo del rancho.
Uno de los potros nació con un ojo azul, por eso Bill le llamó «Azul». El otro potro nació con el pelo de la crin corto. A éste le llamó «Crin».
Azul y Crin jugaban, corrían por los campos y galopaban vigorosamente, ya desde pequeños. Al observarlos, Bill centró sus esfuerzos en entrenarlos para convertirlos en ganadores, como su madre, la yegua que tanto amaba. Pronto Bill se dio cuenta de que en días de lluvia, Azul era más rápido que Crin. Con su ojo azul, este pura sangre podía ver hasta muy lejos. En cambio, en días de sol radiante Crin era más rápido que Azul. Los pelos cortos de su crin eran muy sensibles al calor del sol y eso le daba energía para correr como un rayo.
Fueron pasando los años y Bill no hacía más que recoger trofeos de sus dos pura sangres. Tanto Azul como Crin habían ganado muchas carreras y habían hecho muy feliz (y rico) a Bill.
Pero los dos machos se hacían mayores. Sólo les quedaba una última carrera para ganar: la Gran Carrera de Otoño.
Aquel día, todo el mundo estaba en la Gran Carrera de Otoño. El hipódromo era pura vibración. La gente estaba expectante, hacían apuestas. Se sentía la euforia y el clamor.  Crin y Azul estaban especialmente inquietos. Se estudiaban, observaban y medían el nervio de cada uno de sus músculos. ¡Se tenían ganas!
Aunque lucía el sol, unas nubes amenazaban con llover fuerte. Los nervios estaban en el ambiente. Los gemelos se estaban mirando con furia al momento que oyeron el pistoletazo de salida. Y zas! Salieron disparados!
Ya llevaban cinco minutos de carrera cuando Azul iba al frente. Llovía a cántaros. Pero la lluvia no tardó en parar y un sol brillante inundó la pista. Entonces, Crin se puso delante.
Todo el mundo recuerda la Gran Carrera de Otoño del 33. Ese día hubo un eclipse de sol. Fue un caos. Los caballos se desorientaron y se perdieron, y la gente se protegía bajo sus paraguas. ¡Qué catástrofe!
Ante aquella situación Crin y Azul se miraron y, sin decir palabra, se pusieron a buscar a sus compañeros y amigos, los demás caballos.  Crin, gracias a su sensibilidad podía captar el movimiento, y Azul, gracias a su agudeza, podía ver en la oscuridad. En pocas horas, ambos fueron capaces de reunir los caballos perdidos y llevarlos sanos y salvos a las cuadras.
Incluso hoy, la historia de Azul y Crin se transmite de generación en generación. Los dos hermanos supieron unir fuerzas, y con valentía y humildad salvaron a sus compañeros. Al aceptar y aprovechar sus capacidades, encontraron la paz y el amor que se profesaban

Miriam Fisas  – Socia

mfisas@cataliza.org · www.cataliza.org

2 comentarios en “Azul y Crin

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