El día es gris, las calles huelen a mojado y, al pasar junto a un parque, el olor a hierba húmeda excita mis sentidos. Pasos acelerados que no quieren el agua pegada a su piel, pasos inciertos y pasos seguros, pasos ligeros y pasos pesados pero pasos al fin.
En el trayecto hacia el aeropuerto, las calles tienen otro color, para unos color de vida, para otros color de tristeza y, pese a que la lluvia moja por igual, ves caras de fastidio por planes ahora sin sentido y caras de alivio, de limpieza, de pureza por el agua que cae.
Miro al cielo y veo negrura, oscuridad y me asalta una sensación: miedo, miedo a lo oscuro, a lo incierto, a lo que queda fuera de control. Nubes gruesas, bajas, como manchas en el cielo que impiden ver su lienzo azul, borrones de realidad, explosiones de naturaleza.
Subo al avión y veo algunas caras de circunstancias, otras de tranquilidad y, algunas, de auténtica preocupación, quizás por la lluvia que está cayendo, o quizás por su propia lluvia interior, lluvia al fin. Sigue leyendo